viernes, diciembre 29, 2006

Crónica 16

La maleta está hecha. Ella partirá dentro de cuarenta y ocho horas. Ella que mira por la ventana con aire ausente, extrañada de estar allí, como frente a un paisaje inverosímil, sintiendo cómo los sonidos de la ciudad, la bocina de los carros, repercuten en su cuerpo, estremeciéndolo, agitándole la marea de la sangre.

Ha visto estas calles muchas veces desde la misma ventana. Abajo, un parqueo con aire de anticuario. Después, un hotel decadente, como todo en una ciudad que se devora a si misma. De madrugada, por la boca de la ciudad sale despacio el vómito del desaliento incrédulo. Putas impúberes que se escabullen entre las sombras, mientras se les escurre por las piernas el semen alcoholizado de un transeúnte. Travestis esperpénticos, como salidos de un muestrario alucinógeno. Maricas de una tristeza marmórea, de un anonadante y definitivo desconcierto. A lo lejos, el sordo sonido de unos batientes agitados por la brisa. El chirrido de las gomas de un jeep ocupado por ciudadanos ejemplares que escupen al pasar junto a los restos insolubles de la escoria. “Muchas, pero no suficientes”. Y un olor gaseoso que le provoca náuseas. Y las notas diluidas de un bolero.

No lleva gran cosa en la maleta, casi nada. Tampoco le interesa. Ahora sólo mira hacia la calle, mientras las horas avanzan y ya no faltan cuarenta y ocho para abandonar esta ciudad hacia ninguna parte, sino menos. Aprieta los ojos con fuerza, como para no ver, como para borrar el mundo y borrarse a ella misma.

Una punzada aguda le atenaza el estómago. Un sabor salobre le moja los labios, pero sus ojos están secos. Tirita. Piensa que en el aire estará demasiado lejos, que será imposible volver atrás, que ha caído en la trampa y no tiene ya cómo escaparse.

Vuelve la espalda a la cuidad. No quiere verla más. Ya no le importa, quizá no le importó nunca antes, quizá no le importe nunca jamás. “Muchas, pero no suficientes”, oye reproducirse como un eco en la oquedad de su corazón. Y las luces de neón en el camino, y los bombillos mortecinos de la escalera donde el éxtasis espera turno. “Muchas, pero no suficientes”, y volver a la calle con la duda de lo transitorio, de lo perecedero, con la sospecha de lo irrecuperable.

La ciudad a la que da la espalda es hipócrita, dual como una ramera que se embriaga con la sangre de los mártires y de los santos. Diurna, se esfuerza por esconder las taras, abriéndose surcos en la piel, flagelándose para expiar sus pecados de sobrevivencia del mal cuando todo debe ser perfecto. Carteles en cada esquina plagados de alucinados, de posesos con el pelo al viento, de frases huérfanas de sentido en las colas del colmado o de la guagua. Nocturna, en ella todo vale, lo único prohibido es no tomarlo, no esninfarlo, no cogerlo.

(Móntame en tu grupa incontinente, tu grupa indómita, desorbítame de tu esfera celeste en esta noche de luciérnagas.)

“Muchas, pero no suficientes”. Y la luz del bombillo hace malabares para mantenerse despierta. Para mantenerlos despiertos, asombrados de estar aún allí después de la pleamar de los sentidos. Alucinados con la reunificación de sus cuerpos, apenas minutos antes divididos en partes infinitas por sus bocas, por sus manos, por sus lenguas.

“Muchas, pero no suficientes”. La copa haciéndose añicos en el balcón, calidoscopio en el atardecer silencioso de una ciudad putrefacta. Los laureles mustiándose en las avenidas vacías, y el hedor a pez muerto. Ojos que miran detrás de las celosías con futuro ineludible de escribanos. Una risa, otra risa, corroyendo su garganta.

La maleta sobre la cama, nadando en la sangre de su seppuko emocional, deglutiendo el tiempo. Pocas cosas, no necesita más. Dentro de algunas horas ella estará lejos escribiendo tonterías en el cuaderno donde una barcaza azul zozobra bajo un indiferente sol violeta.