viernes, diciembre 29, 2006

Crónica 4


Espacio donde la vaciedad se hace herida, y allí su deseo, ausencia única de la cual sólo ella descubre el contenido, ajena a los discursos elaborados cuando todo lo demás le pide a gritos que no desmaye, que mienta, sin saber, sin sospechar siquiera, que la mentira es anterior a todo: a esta mirada que se nutre de los efectos locos del maquillaje comprado en la mañana en Plaza Naco mientras piensa en la lista inflacionaria leída por una voz amiga, cercana, cálida, antes de grabar el editorial idiota, más o menos artificioso, porque la única verdad es esta que no nombra, casi a las doce de una noche que no se atreve a calificar de forma alguna. Y mientras bebe el ron añejo comprado bajo protesta por el germen florecido de su angustia, escribe porque es la única descubierta manera de vomitar, idiota, el asco pero también el miedo del fantasma que juega a las escondidas, burlándose, mientras como en la canción aquélla se sigue desangrando la llave de la cocina, quién la arregla. Al concierto del caos se une el escape absurdo y peligroso de la estufa, parece que hace falta un hombre, pero que sobre todo falta él, con su mirada y sus chistes pendejos. Él, malabarista de su cotidianidad hecha de imponderables, de definitivas pequeñeces entre sus libros que hablan de tantas cosas sólo para iniciados. Que no se equivoque, que lo ausculta, que descifra las connotaciones de los días con una sapiencia precedente a la gozosa claudicación adánica, y se inviste con las armas secretas de ese Julio, pequeño burgués de tomo y lomo, a quien pretende copiar, hija antepretérita de un chofer de carro público, tragando palabras que se van adhiriendo como larva a la memoria, que no es lo mismo que decir la conciencia. Auditora de clásicos sólo en Viernes Santos porque de otra manera escandalizaba al barrio misérrimo con esa música de muertos, y ahora deseosa de escuchar el disco que él se llevó cuando inició la huida hacia el olvido, cobarde, porque se está castrando y lo sabe, porque se obligó a irse en el momento preciso en que ella se volvía esponja, definitivamente comemierda y vencida, atrapada en su propia maraña construida de ilusiones, como el mar que contempló tantas veces cuando pensó que su aborto emocional podía estremecerlo hasta los cimientos del grito y él, mientras tanto, comprándole un vestido que no se ha puesto nunca porque, total, una no se viste de azulmarino y oro para sacar a mear al perro que no tiene, que no tuvieron nunca porque Terry es una espina en su recuerdo de libélula anémica posada en la barandilla de la antigua cuartería de casa pobre pensando el infinito de su felicidad imposible, mientras juega con las orejas enormes del perro que luego se le moría, reventado, pobre su papá, ahora sin perro, ahora también impedido del disfrute estúpido de una escopeta que ella utilizaría como sedante para calmar la angustia que le crece sin que él lo sepa porque no está con ella, no la ha tomado en cuenta, así de fácil, premeditadamente ignorante de todas las cosas buenas de la vida, como aquella vez que la llamó para decirle “baja, estoy aquí”, mientras un torrente de lágrimas lavaba de iniquidades el camino hacia la gloria del amado muerto y ella regresaba desde la muchedumbre aterida de nostalgia de una presencia sólo consumida en las palabras, como esos caramelos chupados cuando intentaba dejar de fumar porque a él nunca le gustó el olor a cigarrillo, aunque ella coleccionó tabacos para él mientras viajó por la isla y lo de ambos era aún estremecimiento, promesa, primer beso furtivo en la oscuridad de un sótano inventado por la decadencia, mientras otros, ni ella ni él, construían el sueño a fuerza de cojones porque si no para qué habrían servido aquellos ojos para siempre abiertos si los que se quedaron no eran capaces de echar hacia delante, tan lindo todo, y ella quemándose, como ahora, y escribiéndole, también como ahora, sólo que de eso hace muchos años y el tiempo es una vaina, no perdona, aunque dicen que luce mejor que antes, como sabe mejor el vino que se añeja despacio, ahora también franca como entonces y como un poco antes de ahora, cuando se lo dijo, inocente hijadeputa, que la excuse su madre, en un arranque que él no entendió ni entenderá nunca porque ella escribe, perfecto, pero no dice algunas cosas, y además y sobre todo, porque la historia de él se lo impide, y el honor y esas pendejadas, que valen sólo para él, por ejemplo, todo es del color del cristal con que se mire, y ella, mientras tanto, se jode.