viernes, diciembre 29, 2006

Crónica 6

No pregunten qué es esto porque no tiene definiciones. Tampoco las necesita, aunque no la satisface enteramente. Es demasiado clandestino para su voluntad de irreverencia pero, sobre todo, para su deseo de vivir, día con día, la posibilidad de una creación, de una experiencia, que desborde la grisura del cotidiano, tan normativo, tan anclado en el deber ser, nunca en el ser, contradicción ontológica porque al final la niega en lo que es para imponerle lo que otros quieren que sea. ¿Cuál placer mayor que amarlo a la luz del día? ¡Jamás! Demasiado riesgo innombrable; demasiada imagen y condicionamiento que terminan carenciándole el estar con él y disfrutarlo, porque importa lo que otros piensen, digan, imaginen o inventen. Está también la compulsión del adeudo. Él firmó un papel que compromete su subrepticia vocación de acomodamiento para toda la vida. Debe guardar la compostura y ella se obliga, por extensión, a ser igualmente respetuosa de una decisión que no es suya porque, of course, él también le recuerda que ella tiene algo que perder si juega limpio, que es su forma más elegante de dejar en claro su deserción de la aventura, por lo que opta por mentir, que será menos diáfano pero él dice que más lucrativo socialmente: seria, honesta, sin cola que le pisen, aunque profundamente insatisfecha cuando no puede decirle, a la una de la tarde de cualquier día, cuando casi todos piensan en saciar el hambre, que tiene unas ganas locas de amarlo, que se le disparan todas las alarmas del deseo, que se siente erógena de pies a cabeza, y que si no puede a esa hora está dispuesta a esperar hasta que tenga tiempo, pero que sea ese día porque posiblemente sus miércoles, casi inmancables, le sepan a programa y quisiera sentirlo alguna vez cuando el cuerpo se lo pide, no cuando hay espacio inocuo porque él se tomó el trabajo, piensa ella que enjundioso, de inventar la excusa, de edulcorar la tardanza, lo que, imagina, no deja de contaminarle un poco (quizá mucho) la posibilidad de estar echado sin ataduras junto a un cuerpo, el suyo, por el cual siente (conjetura) un confuso sentimiento de atracción-rechazo, promesa de inconsciencia como es porque ya ella no se limita, no se avergüenza de sus viajes galácticos (mucho menos de los de él), desde que le sobrevino la certeza de la plenitud de su amor y abandonó el hipócrita discurso sobre la octava maravilla de su alma y proclamó, parejamente, la conmoción producida por sus habilidades en sus más insospechados lugares, no sólo los obvios y codificados, sea dicho. Pero él, ¡si lo sabrá!, anda cuidándose de no comprometerse mucho, de no despertar un día sintiendo que ella es un agujero que tiene que llenar con ella misma, cuidándose de mandar todo a la mierda y decidir jugarse la suerte a cara o cruz, hasta ahí no llega. Ha sido demasiado previsor, todo en su lugar, sin equivocaciones catastróficas, y ella puede ser un sismo (lo sospecha), y no parece estar acostumbrado, no es su culpa, a enfrentar estos azares, a hacer la opción por lo imprevisto, por eso se siente tan bien con ella, que se controla, que no lo compulsa ni siquiera cuando le dan ganas de trepar por las paredes para probar si lo desusado la desenchufa del deseo y se olvida, generosa, de que es tonto, demasiado tonto, porque la verdad es que se pierde la gran oportunidad de su vida, no es pretenciosa, pero lo sabe porque la pérdida de él es gemela de la suya.